Desde Galápagos poco nos separaba de Quito, poco tiempo. Menos de lo que tardamos desde el aeropuerto a nuestro hotel. El maldito aeropuerto de Quito esta lejos, lejos, y el trafico no ayuda nada. Estén preparados para cuando vayan.

Sabíamos que nuestra estancia en Ecuador seria corta, unos pocos días en Quito y Otavalo para visitar su mercado y montarnos en un tren turístico, pero vayamos sin prisa.

En Quito una visita guiada por el centro de la ciudad, iglesias, iglesias, iglesias y muchas plazas nos hicieron darnos cuenta de que llegábamos a otro tipo de ciudades. No es que en México o Costa Rica no viéramos el mismo tipo de ciudad, sino que aquí se notaba mucho más, demostraban una gran riqueza en tiempos coloniales y excelente conservación de ese pasado.

La visita también nos sirvió para hablar con gente que llevaba allí más tiempo que nosotros y nos dieron mil y un consejos sobre qué ver y qué no, sobre todo de cómo visitar La mitad del mundo. Pero vayamos sin prisa… Volvamos al paseo por el centro de Quito.

Nos encontramos con nuestro guía en la plaza de la Independencia, plaza que concentra todo el poder según ellos, constitucional, religioso y del municipio. Sin embargo, nuestra impresión fue que allí se concentra toda la piedra, TODA la que encontraron. Como es de esperar, en el centro de la plaza, el monumento a la Independencia de Ecuador: un cóndor rompiendo sus cadenas plasma al pueblo ecuatoriano en rebelión, mientras que a sus pies, un león derrotado representa a ya sabemos quien… 😉

Tres iglesias visitamos: El Sagrario, San Francisco y la Compañía de Jesús. Las tres PIEDRA a tope. En cuanto a la decoración, siguiendo las ordenes de los evangelizadores, los artistas locales realizaban  ilustraciones que instruyeran a sus compatriotas en las cuestiones de la fe, a la par que les infundían el temor a Dios tan necesario para la campaña colonizadora. Sin embargo, el ingenio de los ilustradores les permitió también incluir figuras alegóricas de sus propias creencias, con la excusa de que el pueblo se identificara mejor con la nueva doctrina. El resultado es una rica mezcla de símbolos católicos y autóctonos que nos acompañará en cada edificio religioso a partir de ahora.

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También paseamos por las calles empedradas del casco antiguo, curioseando en soportales, tiendas de productos típicos como las «mistelas». Esta es la explicación que nos dio nuestro guía : En la alta sociedad posterior a la colonización, estaba mal visto que las damas consumieran alcohol, por lo que hábilmente confeccionaban caramelos aparentemente inofensivos que en realidad estaban rellenos de licor y conseguían animarles las tediosas reuniones sociales. Tras probar varias modalidades, nos llevamos los de «Pájaro azul», un tipo de aguardiente de caña de azúcar.

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Con tanto caminar y tanta mistela, nos entró hambre, y obviamente acabamos yendo a un bar que servía el curioso  Cuy, pobre bicho… El resto de la tarde la pasamos esperando que dejara de diluviar y granizar antes de volver cada cual a su madriguera.

Con los deberes hechos, al día siguiente nos fuimos a la Mitad del mundo. Tuvimos la suerte de que el caballero que nos llevaba, era de la zona y conocía una mejor opción al carísimo centro de visitantes, bienvenidos al Museo del Intiñán. ¡DIVERTIDO es poco! Participamos en un tour interactivo sobre el efecto Coriolis: lo de poner derecho un huevo, lo de intentar andar en linea recta, lo de intentar levantar un objeto dentro y fuera de la línea del Ecuador… ¡TODO! Hasta un diploma me dieron por conseguir poner el huevo derecho (diploma que no creo termine el viaje con nosotros).

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Ese sería nuestro último día en Quito, al día siguiente nos fuimos al pequeño pueblo Otavalo, para pasear por su mercado tradicional (y algo turístico también) donde se reúnen artesanos de toda la zona para vender sus productos. Nos alojamos en el Hotel La Rosa, a dos cuadras (manzanas) de la plaza. El mercado era una locura, y lo mejor de la ciudad, esa plaza. Por el día, si hay mercado, es un hervidero. Por la noche…  TODOS LOS DÍAS hay puestos de comida local. No mentiremos diciendo que todos merecen la pena, pero sí diremos que TODOS tienen algo. Y no olviden que se paga poco, pero en efectivo 😉

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Un atractivo cercano a Otavalo era el recorrido del Tren de la libertad. MOMENTO SHELDON COOPER (para quienes sepáis quién es). Antiguamente, una línea atravesaba Ecuador de norte a sur, una tarea hercúlea realizada entre finales de siglo XIX y principios del XX y que se conoce como el tren más difícil del mundo. Actualmente, y tras haber pasado por una época de triste abandono, la línea sirve de atractivo turístico. Para más información, http://trenecuador.com/es/nosotros/historia/

Los paisajes desde el tren son increíbles, los puentes, los túneles, la historia de la vía…
El destino, Las Salinas.  Bueno, digamos que el tren tenía que darse la vuelta en algún sitio y ese tenía historia como para montar algo allí, pero tras la caída de la industria algodonera y la caña de azúcar, solo le quedó el apodo de «Ciudad Blanca» y una herencia afroecuatoriana que se intenta explotar como interés turístico, pero es una iniciativa aún en pañales.

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Al margen de la expedición en tren, nos llevamos una agradable sorpresa al llegar a la ciudad de salida, Ibarra. El 25 de noviembre se celebran marchas a favor de la igualdad entre hombres y mujeres en todo el mundo y Latinoamérica no es en absoluto una excepción. Fue una gozada mezclarnos con la gente que se daba cita frente a la estación de tren para organizar la marcha. Adultos, Jóvenes, Ancion@s y niñ@s participaban en un ambiente de alegría y espíritu colectivo.

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Y con esto terminamos nuestra visita a Ecuador. Decimos adiós a sus calles arrugadas y la generosidad de sus gentes. Con Ecuador abrimos de par en par las puertas a los Andes, desde la Mitad del Mundo empezábamos uno de los periodos más intensos.

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Hemos limitado el número de fotos en el post, así que os rogamos que le echéis un vistazo al álbum. ¡Gracias!